martes, 15 de abril de 2014

La factura

¿Acabo de acostarme con un hombre? Observo a mi alrededor y reconozco mi ropa interior en el suelo y a un ser evidentemente masculino al otro lado de la cama con la cabeza hundida en la almohada. Pero, ¿quién es este tío y dónde estoy? Vuelvo al día anterior: quedé con varias amigas, tomamos unos gin tonic, cenamos algo después… ¿O las copas fueron tras la cena? Me fijo en su cuerpo desnudo: espaldas anchas, un buen trasero, cabello rubio oscuro y alborotado. No logro verle la cara y temo que se despierte. Me levanto sigilosa, descorro ligeramente las cortinas de la ventana y descubro la Gran Vía a mis pies. Este hombre, del que no recuerdo ni por asomo su procedencia, duerme a pierna suelta. Busco en su chaqueta, en sus pantalones. Adolfo Cifuentes, nacido en Málaga en 1990. Un momento. ¿1990? ¿Qué he hecho? La cabeza me da vueltas, efecto indudable de los mil alcoholes ingeridos y de mi desasosiego y descoordinación actuales. Hace dos días… ¿No firmé hace dos días los papeles del divorcio? Vale, me voy. Tambaleándome, recojo mi ropa, me visto y salgo de puntillas de la habitación.
La oficina está ya desierta y, como cada tarde, aplazo la vuelta a casa: nadie me espera y los recuerdos de Óscar en cada rincón me taladran el alma. Dos meses divorciada. Al principio lo celebré y, ahora… ahora no soy nada. Suena Springsteen en mi móvil. Contesto, y al otro lado una voz masculina se identifica como el padre de Adolfo Cifuentes. Estoy perpleja. ¿Por qué? ¿Para qué?
- Verá… -se explica-, llevo tiempo pensando en llamarla y ya no podía más. Resulta que salió usted corriendo de aquel hotel por la mañana y mi hijo, que es estudiante, no tenía con qué pagar la habitación, ni las dos botellas de Moët Chandon, ni los masajes filipinos con suplemento por ser a deshora, ni tampoco los caracoles a la Borgoña y la espuma de patata con virutas de caviar y foie. ¿No tenían allí bocata de lomo con queso ni Mahou fresquita? Ya se imaginará a quién le tocó resolver el entuerto…
Me muero. Me muero y después quiero volver a morirme.
- Mire, según mi hijo finalmente no pasó mucho entre ambos, tal era la cogorza que llevaba usted encima. Como el chaval se vio obligado a contarme qué había ocurrido, acabó reconociendo que aunque mucho mayor que él, cayó en sus redes porque era usted preciosa, espectacular, con un cuerpazo, una Diosa, dijo, o algo así. Sin embargo, por mucho embrujo que usted tenga… el dinero de la factura… Este asunto me ha dejado desplumado, ¿sabe?
- Lo siento, lo siento muchísimo. Yo… No recordaba… Deme sus datos bancarios y el importe total, y ahora mismo le haré una transferencia -contesto al fin mientras sigo implorando la llegada de la guadaña.
La conversación finaliza y realizo los trámites bajo el mayor bochorno de mi existencia. Un rato después, empiezo a reírme. Una y otra vez. De repente, no puedo parar. Como una auténtica loca. Me retuerzo en la silla, a carcajada limpia, mientras las palabras “espectacular”, “Diosa” y “cuerpazo” danzan desinhibidas por mi mente. Abandono por fin el despacho. Esta noche cocinaré algo rico y después me tumbaré en mi sofá y pondré algo de Woody Allen. ¡Qué ganas tengo de volver a casa!

5 comentarios:

  1. Muy gracioso. Me ha gustado.

    ResponderEliminar
  2. Muy divertido!:-) me encantó el final que le has dado

    ResponderEliminar
  3. La verdad es que dar un final a una historia quizás sea lo más complicado... ¡Muchas gracias! :-)

    ResponderEliminar
  4. Para mi que el tal Cifuentes era un listo... se podría haber inventado cualquier cosa y habría colado igualmente ;)

    ResponderEliminar
  5. Puede ser... o puede que no. Quién sabe.. jeje.

    ResponderEliminar