jueves, 24 de abril de 2014

Agosto

Estoy sentado en mi silla de tela, con mi vieja camisa y mis viejas zapatillas, dispuesto a dejar correr las dos próximas horas. Unos chiquillos vociferan a mi izquierda. Levantan un castillo, llenan mis pies de arena. Sus madres y abuelas se atiborran mientras de pipas. Enfrente, y a mi derecha, varias quinceañeras embadurnándose de crema. Y entonces, un grito escalofriante, aterrador. Viene del agua. Una niña rubita de unos 6 a 8 años sale como un rayo de entre las olas. Chilla. Los alaridos, espeluznantes, se alternan con llanto. Una mole humana se congrega en torno a su menudo cuerpo asustado. Varios hombres avanzan poco después hacia el mar. Gritan con todas sus fuerzas. “¡¡Andrés, Andrés!! Dos socorristas hacen acto de presencia, hombre y mujer. Se lanzan al agua de inmediato. Desde megafonía se ordena que todo el mundo abandone el baño. Insisten. Es urgente. Un tiburón merodea por estas aguas. La niña llora y llora en la orilla. Su hermano pequeño ha desaparecido, el escualo lo arrastró mar adentro…
- ¡Papá, papá! -escucho bruscamente, y reconozco la voz de mi hija.
- ¿Qué pasa? ¿Ya nos vamos? Si acabo de llegar…-respondo frustrado.
- Ya llevas un rato y hoy hace demasiado calor. Te va a dar algo. Mejor te dejo en el chiringuito, allí estarás a la sombra -me replica ella, firme.
- Vaya, ahora que estábamos en lo mejor… -le contesto yo, en verdad indignado.
-¿Ya estabas otra vez? ¿Qué ha sido hoy? ¿Ha encallado un barco pirata? ¿O las pirañas han comenzado a morder a los bañistas? Estoy aquí, a tu derecha, agárrate y ahora te doy el bastón. Ya me lo cuentas todo luego.
Y así, me aferro a su brazo. Mi hija, mi guía en esta arena ardiente y hacinada. Mientras avanzamos, retomo la intriga. Voy visualizando a ese enorme tiburón, a esos próximos niños que van a aparecer, algunos descuartizados. No soy Spielberg, pero mi imaginación, poderosa, compensa esta mirada vacía, ojos con dueño pero sin vida. Y además, agosto es largo, muy largo.

1 comentario: