martes, 5 de enero de 2016

Uno, dos, tres, cuatro

Ya estaba refrescando. Debía de ser esa hora en que a uno le empieza a apetecer echarse una chaqueta al hombro. Cuando al verano se le va agotando el tiempo. En esa chaqueta pensaba mientras observaba de nuevo aquellas sombras difuminadas, un espejismo a lo lejos. Algo rozó sus piernas y se deslizó por su pie derecho. Decidió moverse lo menos posible mientras cerraba los ojos y contaba uno, dos, tres, cuatro... Para entonces ya había recitado 103 veces la alineación de su equipo, canturreado muchas melodías, reconducido sus lágrimas hasta la risa. Incluso intentó en vano recordar enteros el Padrenuestro y el Ave María. Mientras tanto el horizonte había ido avanzando hasta degradarse veloz entre el morado y el naranja. 
Advirtió las luces de un barco pesquero. Ya era de noche y su cuerpo apenas resistía. Se iba acercando más y más. Alzó los brazos como si intentara alcanzar cada nube, escudriñó entre los fondos de sus pulmones y de donde ya no había aliento sacó el rugido de un león malherido. Cuando lo recogieron se sintió el hombre más dichoso de este y todos los mundos. Lloraba una y otra vez de una desconocida alegría. Tanto que hasta olvidó que su mujer hacía horas que yacía bajo aquellas traidoras aguas del Atlántico.