Advirtió las luces de un barco
pesquero. Ya era de noche y su cuerpo apenas resistía. Se iba acercando más y más. Alzó los brazos
como si intentara alcanzar cada nube, escudriñó entre los fondos de sus pulmones
y de donde ya no había aliento sacó el rugido de un león malherido. Cuando lo
recogieron se sintió el hombre más dichoso de este y todos los mundos. Lloraba
una y otra vez de una desconocida alegría. Tanto que hasta olvidó que su mujer
hacía horas que yacía bajo aquellas traidoras aguas del Atlántico.
Letras díscolas que danzan a sus anchas por todas partes. En mis sueños, en mis pensamientos, en el metro y en el autobús... Entre mis dedos
martes, 5 de enero de 2016
Uno, dos, tres, cuatro
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