martes, 8 de mayo de 2018

Mi cama

Tomé el último cubata en el bar y me dirigí a casa. Sólo tenía ganas de darme una ducha fría y de tumbarme en la cama. Todo estaba oscuro, muy oscuro, ni un alma en las calles. Los árboles parecían tener dos copas y mis pies cuatro zapatos. Necesitaba beber agua, lavarme los dientes. Besarla.
Alcancé el portal y después el ascensor. Tenía tantos números, tantos y tantos botones… Acerté a apretar el del cuarto y se puso en marcha. Cuarto B. Por fin. Mi casa. Mi mujer. Mi almohada. Pero la llave no encajaba, un intento, otro y otro más. Seguía viendo lejos las sábanas. Escuché al fin la voz de Mari Luz y en un suspiro se alzaba frente a mí despeinada, en bata, mirándome raro.
- ¿Qué haces aquí? ¿Otra vez? ¡Esto no puede seguir así! Es la última vez. ¡Fuera!
Mi Mari Luz parecía muy enfadada. ¿Qué había hecho? ¿Qué había pasado? Un hombre apareció detrás, en calzones largos. Yo estaba muy mareado. Algo me dijo él, con malos modos, antes de mandarme a algún sitio y dar un portazo.
Estoy de nuevo en el portal y al rato vuelvo a caminar, el sol va tras mis pasos. Comienzo a recordar que en algún lugar tengo otra casa. Pero ésta era la mía, la verdadera, ¡maldita sea! La próxima vez llevaré un bate de béisbol, puede que también una navaja. Cualquiera no puede meterse en mi hogar, ni con mi mujer, en mi puñetera cama.