“Chico, se te ha caído la cartera”, me
dijo. Pero yo miré al suelo, hacia todos lados, y no vi nada. ¡La tenía a buen
recaudo en mi bolsillo! Aquélla era mi parada, y antes de bajar me la quedé observando,
sin comprender. Sábado siguiente, el mismo autobús, la misma luna en la
madrugada. “¿Recuperaste tu cartera?”. Me di la vuelta atónito y allí estaba
ella, con esos ojos rotundos y esa melena negra. Y en mi bolsillo, esta vez no
había nada. “Sabía que la ibas a perder. Todos perdéis algo alguna vez”. Y seguí
viéndola semana tras semana y terminé por perderlo todo, de la cabeza a los
pies. Y todavía hoy, mientras la contemplo dormida en la cama, me pregunto si aquella
cartera con mi corazón dentro no estará prisionera bajo su almohada.
Muy chula
ResponderEliminarFresca y sencilla
Gracias. Me alegra que te haya gustado.
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