martes, 17 de marzo de 2015

Una caja de cerillas

Esperó a que estuvieran dormidos en sus camas. Se cercioró por los ronquidos inconfundibles de su padre y la respiración entrecortada de su hermano. No existían mejores testigos de un sueño derrotado.
Se deslizó sigilosa por el pasillo y alcanzó a tientas la cocina. En los actos delictivos encender las luces estaba más que prohibido. Buscó y rebuscó en los cajones, agarró uno de los taburetes para poder alcanzar los que estaban más arriba, ágil y precavida, ni todos los fantasmas del universo serían más silenciosos que ella. Encontró al fin la cajita y su corazón emprendió una azorada carrera. La observó y se la llevó al pecho, caminando hacia el salón descalza, arrastrándose ligera en su pijama de ranitas.
Contempló a continuación  aquellas fotografías dispersas entre el aparador y las distintas repisas. Cerró la puerta y consiguió prender una cerilla. Sentada en el sofá, abrazó su cojín favorito, en seda malva y flores doradas, permitiendo que la acariciara una lágrima furtiva. Si había sido incinerada en aquella caja, ella no podía dejarla sola, tenía que acompañarla. Solo quedaba esperar a que ardiera toda esa madera mientras buscaba los ojos tiernos de su madre lanzando hacia arriba la mirada.

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