jueves, 26 de marzo de 2015

Devorador

Derrotado el último león, el gladiador se retiró del coso entre aplausos y un fervor que elevaba la arena del suelo. Retumbaba en sus oídos el estruendo. Se sumergió bajo las húmedas galerías y recibió felicitaciones mientras aguardaba su comida. Afuera, la multitud comenzaba a apaciguarse en espera del siguiente combate, se rociaba el anfiteatro con agua perfumada, sonaba la música y volvían las risas. Dentro, a hurtadillas, alguien sin rostro y sin nombre le llevaba al luchador su alimento: carne con alubias. Y tras mirar hacia los lados, sin querer ser descubierto, entresacó de sus ropas un líquido con el que roció las viandas y que fortalecería a aquel héroe para continuar enfrentándose a decenas de fieras...
- Niños, ¿sabéis cuál era el brebaje secreto que ingería este gladiador aquí mismo, en la Antigua Roma? ¿Y sabéis, además, cómo se hacía llamar?
Ellos observaban al joven guía, sus bocas semiabiertas asomaban pocos dientes y mucho entusiasmo. Tras un silencio largo y entre aquellos ojos en sombras que parecían querer multiplicarse, se hizo una voz.
- ¡Yo lo sé! 
Era rubio y de ojos claros, alzaba la mano desde el fondo, cerca de la salida de la galería, bajo el eco subterráneo.
- ¿De veras? ¡Cuéntanos, muchacho! -alentó el guía Stefano entre muecas de incredulidad y una sonrisa épica.
- Le llamaban Devorador. Bebía sangre de los leones para poder luchar de igual a igual contra ellos. Me lo acaba de contar él mismo tras aquellos barrotes negros.

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