Un fondo desdibujado bajo un cielo
radiante. Y sombras, montón de sombras en movimiento y en reposo, rodeándolo
todo. Pinceladas de colores y el rugido poderoso, casi invisible pero cercano.
Suficiente. No tardó en emprender la
vuelta. Tercera sombrilla por la izquierda, entre la roja de rayas y la blanca
con topos naranjas. Entrecerró los ojos, dudó. ¿De verdad sería aquélla? Sí,
tenía que ser la amarilla. Y de nuevo, en su toalla. Respiró aliviada. Revolvió
entera su bolsa de playa antes de sentarse. Y cuando lo hizo, su mirada
encontró de nuevo un mar añil y nítido, las gaviotas sobrevolando. Las sombras
eran ahora personas, mayores y niños, con pelos de todos los tonos y todos los
cortes, de lo más variopintos. La arena, tan clara, y tan minúsculos sus
granos. Y los barcos de vela a lo lejos, y las celulitis de ellas, y los abdominales
de ellos, y los flotadores, y la espuma blanca de las olas rompiendo, y… Y qué
distinto era el mundo con sus gafas puestas.
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