Sus
padres se vieron forzados a abandonar el lugar frente a las miradas molestas. Antes
de dejar el salón, los pasos de los cuatro se frenaron en seco ante un retrato
del caballero que en el siglo XIII dio vida a la fortaleza. A los mayores les
detuvo esa insólita mirada, a los pequeños se les truncó la infancia a raíz de
aquello. Nunca ya olvidarían aquellos ojos negros que de pronto se volvieron
amarillos y a continuación rojo fuego, sonrisa diabólica traspasando el lienzo.
Los hermanos tardaron semanas en recuperar el habla. Ya no volvieron a hacer
rodar ningún juguete en ningún otro suelo. No imaginaban que jamás existió
cualidad más importante para aquel conde que el respeto sincero.
Letras díscolas que danzan a sus anchas por todas partes. En mis sueños, en mis pensamientos, en el metro y en el autobús... Entre mis dedos
martes, 5 de agosto de 2014
La visita
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