Falta una hora escasa y me confieso
nerviosa, aturdida, también muy hambrienta. Le daría un buen mordisco a lo que
fuera. El móvil retumba una y otra vez y yo sólo le espero a él. Por más que lo
invoco su nombre no asoma por mi pantalla.

Sobre las cuatro practicaba yoga y después me daba un baño.
Poco antes de las seis llegaban Hugo y compañía; Pilar con tres vestidos, dos
de Carolina Herrera y el tercero de Versace. Media hora después escogía el
Versace, largo y negro, y Lola iniciaba el maquillaje para proseguir Hugo después
con el peinado. El moño bajo con tirabuzones colgando de las sienes no me
convencía. “Recógemelos, Hugo”, le pedí, “le restan protagonismo al escote”.
La ansiedad me atenaza. 40 minutos. Mis tripas rugen. Preparo el bolso,
un sobre brillante de Chanel, y me calzo mis Louboutin rojos de 16 cm. A las ocho y media el coche me espera
en la entrada y Rebeca me secunda mientras se apodera arisca de mi móvil. Poco
después alguien abre la puerta y comienza la enésima de las funciones. Los
flashes de las cámaras me ametrallan, uno tras otro, los micrófonos cercándome
desde todos los ángulos. “¿No ha venido Miguel contigo?”…, “¿qué ha supuesto
desnudarte por primera vez en una película”?..., “¿volverás a trabajar en
Hollywood?” Y bla, bla, bla. Igual los tirabuzones no eran tan mala idea… ¿Se
me marca la tripa? Claro que sí… Ayer tampoco tenía que haber comido.
Miguel, Miguel, dejarme tirada esta noche…
Continúo desfilando y sonrío a todo el mundo, doy la mano a unos y
otros, firmo decenas de autógrafos. Siguen acorralándome a preguntas, sobrevuelan
los piropos. “Estoy muy feliz de estar aquí”…, “desnudarme ha sido fácil, no
tengo problemas con mi cuerpo”…, “él no ha podido acompañarme, está rodando
fuera”. Y entonces, me aferro al brazo del director y, entre aplausos y
ovaciones, me adentro con él en la sala, espléndida y triunfante. Ésta es mi
noche.
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