A lomos de su corcel de aluminio, ajeno
a todo y a todos, cuesta arriba o cuesta abajo. Sólo una bala más proyectada en
la distancia. Cabeza en calma, despejada, que no quiere ser nadie, que en este
instante no aspira a nada. Acelera más y más, aspira con furia, saborea esa
fragancia, frescor de los pinos, ente liberado. El viento en el rostro, quemando
el asfalto, toneladas de adrenalina por los cuatro costados. A 150 por hora el
mundo le rinde pleitesía, pero no depende ya de él, mucho menos de sus manos. Es
Dios y al mismo tiempo no es nada. Vive el aquí y el ahora, cuerpo y mente purificados.
Él y sus 130 caballos, él y su sueño, él y la carretera. Un pulso contra la
naturaleza mirando de frente a la vida y a la muerte. Corazón rescatado, que atraviesa
bosques y otea prados. Guantes gruesos, de caña larga, protegen sus manos.
Aprietan más, zigzaguean, quieren seguir volando. En pocas horas cambiará de
guantes, de negros y rojos, a estériles y blancos. Colgará el cuero y se enfundará
el gorro y la mascarilla. Aparcará esa pasión y se adentrará en otra.
Postergará su vida para aliviar las ajenas. Arriba, contra el viento, no hay
nombres ni apellidos. Al abrir esa puerta todo cambia, sus manos mandan, curan,
salvan. De anónimo a doctor. De manillar a bisturí. Ligero y desconocido en su
moto, preciso y experto en quirófano.
Me gusto lo de la moto jeje :)
ResponderEliminarTe creo, jeje.
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