miércoles, 23 de septiembre de 2015

Cúlpale a la oscuridad

Comenzaron a buscarse en la oscuridad. Un recorrido de los labios al cuello y del cuello a los labios con parada en la barbilla. Sus manos subían y bajaban, tentaban la piel bajo las indumentarias, apurando un aire que los oprimía.
¿Qué ha sido esto? ¡Pero qué hemos hecho! clamó ella después, cuando todo comenzaba a volver a la normalidad.
No lo sé, no lo sé… mascullaba él.
Reubicaron sus posiciones con premura, detuvieron las miradas el uno en el otro, lo justo para embargarles la vergüenza y para que ella se maldijera por no haber salido más tarde de la oficina. Él se abrochó los pantalones, ella abotonó su blusa mientras elucubraba una historia que expiara a aquellas medias desvencijadas, a aquel pelo del revés.
Continuaron hacia sus respectivas viviendas para encontrarse de nuevo al día siguiente. No podía ocurrir otra vez. Otro momento de confinamiento, otro corte de luz. Por si acaso, al abrir la puerta y reparar con sorpresa en el hijo adolescente y hercúleo de la vecina de arriba, se alejó del ascensor y decidió subir por las escaleras. No fuera que con penumbra o sin ella les diera por volverse a gustar. 

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