
—¿Qué ha sido esto? ¡Pero qué hemos hecho! —clamó ella después, cuando todo comenzaba a volver a la
normalidad.
—No lo sé, no lo sé… —mascullaba él.
Reubicaron sus posiciones con premura,
detuvieron las miradas el uno en el otro, lo justo para embargarles la
vergüenza y para que ella se maldijera por no haber salido más tarde de la
oficina. Él se abrochó los pantalones, ella abotonó su blusa mientras
elucubraba una historia que expiara a aquellas medias desvencijadas, a aquel
pelo del revés.
Continuaron hacia sus respectivas
viviendas para encontrarse de nuevo al día siguiente. No podía ocurrir otra vez. Otro momento de
confinamiento, otro corte de luz. Por si acaso, al abrir la puerta y reparar
con sorpresa en el hijo adolescente y hercúleo de la vecina de arriba, se alejó
del ascensor y decidió subir por las escaleras. No fuera que con penumbra o sin
ella les diera por volverse a gustar.