miércoles, 11 de febrero de 2015

Tras las trenzas de mi niña

- Necesitamos que vengas por aquí mañana. Tu hija está actuando de forma muy extraña. Tiene a sus compañeros atemorizados.
Aquellas palabras al teléfono causaron en mí el efecto de un sable atravesándome de arriba abajo. ¿Qué le pasaba a mi dulce niña, feliz y risueña hasta hace poco, a sus nueve años? 
Ella no soltaba prenda. “Estoy bien, mamá”, decía. "No he hecho nada malo". Pero eran raras esas ojeras, debía de estar durmiendo menos. También la notaba más altiva, la mirada más soberbia. Se iba haciendo mayor, claro, pero se me escapaba el resto.
En el colegio tardaron muy poco en narrarme los hechos. Y el sable terminó por reventarme desde los juanetes hasta los sesos. Mi hija pillaba desprevenidos a los niños cuando estaban solos, se colocaba en jarras ante cada uno de ellos, les asomaba la lengua con…
- ¿¿Con lascivia?? ¿¿Mi hija??
- Tranquilízate. Es todo cierto -me aseguraron-. La hemos visto. Y hay más... Llegan a sus casas llorando, diciendo que Carla quiere que la peguen con el látigo...
Y por fin, aunque presa del aturdimiento, se encendió mi bombilla. O más bien me provocó un incendio. Busqué más tarde en su habitación como un perro sabueso, debajo de la cama, entre sus sábanas, en la caja de muñecas, donde guardaba sus zapatos. Allí estaban, entremezclados con varios libros de cuentos: “50 sombras de Grey”, tomos uno, dos y tres. Sustraídos de los confines de mi dormitorio, de mi último intento previo al divorcio.
Apareció tras de mí. Parecía de nuevo mi niña pequeña, la que hasta hace poco jugaba con sus princesas. ¡Cuánto la había echado de menos! Bajó la cabeza acompasada por sus rubísimas trenzas, lloraría en cualquier momento.
- Carla, cariño, todo se va a solucionar. Tenemos que hablar de esto sin falta.
- Sí, mamá, lo que tú digas. Pero, si estudio mucho, ¿llegaré a ser como Anastasia?

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