viernes, 5 de diciembre de 2014

Pies que se arrastran

Arrastraba los pies como si hubiera venido al mundo con ese rutinario movimiento. Lento, sereno, sin prisa. Sobraba arena y menguaba la brisa bajo aquel sol que exhibía poderoso su reinado. Y sin embargo, esas plantas que tiempo atrás gemían en silencio ahora ya apenas las percibía, apaciguados sus sentidos en algún sombrío recoveco.
Horas después remolcaba esos mismos pies por aceras y calzadas, sin siquiera percatarse de que hacía rato que el monarca se había rendido ante una dama de blanco. Hizo recuento de la mercancía vendida: muy pocos relojes, más gafas y unos cuantos vestidos. Viajó su mirada entre los moribundos vaivenes y atravesó con ansia y desazón el Estrecho. Y se permitió cinco minutos, ni uno más ni uno menos, para esbozar cómo sería un día de asueto, cómo vibraría el cuerpo de Annara bajo sus caricias, qué carita asomaría el niño bajo aquel cielo de perlas. Se perdieron sus ojos en esas aguas ni tan mansas ni tan tibias. Regresó aprisa y sepultó los cada vez más lejanos recuerdos. Y ya sólo pensó en descansar algo y agradecer la llegada de un nuevo día.

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