“Puedes
salir un rato a la calle”, me sugirió. Había caído de golpe la noche y me
obligué a airearme unos minutos, a respirar. Y advertí nada más cruzar la puerta que
los árboles sólo eran troncos sin copas, que la gente caminaba sin sus cabezas
sobre los hombros, que los coches iban solos. “Les… les falta… la cabeza”,
balbuceé al entrar de nuevo en su despacho. Ella contuvo la carcajada. “Me voy
ya”, anunció. “Tú aún tienes mucho trabajo”. Pero yo salí disparada hacia el
baño. Observé el espejo y ahí ya no estaba mi rostro. Un cuerpo se tambaleaba
debajo. Y unos dedos continuaban tecleando.
Letras díscolas que danzan a sus anchas por todas partes. En mis sueños, en mis pensamientos, en el metro y en el autobús... Entre mis dedos
martes, 23 de septiembre de 2014
martes, 9 de septiembre de 2014
Vacaciones
Un fondo desdibujado bajo un cielo
radiante. Y sombras, montón de sombras en movimiento y en reposo, rodeándolo
todo. Pinceladas de colores y el rugido poderoso, casi invisible pero cercano.
Suficiente. No tardó en emprender la
vuelta. Tercera sombrilla por la izquierda, entre la roja de rayas y la blanca
con topos naranjas. Entrecerró los ojos, dudó. ¿De verdad sería aquélla? Sí,
tenía que ser la amarilla. Y de nuevo, en su toalla. Respiró aliviada. Revolvió
entera su bolsa de playa antes de sentarse. Y cuando lo hizo, su mirada
encontró de nuevo un mar añil y nítido, las gaviotas sobrevolando. Las sombras
eran ahora personas, mayores y niños, con pelos de todos los tonos y todos los
cortes, de lo más variopintos. La arena, tan clara, y tan minúsculos sus
granos. Y los barcos de vela a lo lejos, y las celulitis de ellas, y los abdominales
de ellos, y los flotadores, y la espuma blanca de las olas rompiendo, y… Y qué
distinto era el mundo con sus gafas puestas.
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